La Solana y el Santo Cristo del Valle de Santa Elena

La Solana y San Carlos del Valle

La Solana y el Santo Cristo del Valle

Fue hace más de 4.000 años cuando los íberos se asentaron de manera estable en las tierras pertenecientes en la actualidad a los términos municipales de la La Solana y San Carlos del Valle. A partir de ese momento, los alrededores del río, actualmente conocido con el nombre de Azuer, comenzaron a cultivarse por estos primeros pobladores que además levantaron primitivos asentamientos en los que refugiarse y defenderse. Muy cerca del río y de la llanura, las sierras del Cristo y del Peral se levantan con forma de muralla. En dichas sierras, también se construyeron asentamientos íberos en altura de los que hoy somos conocedores de su existencia gracias a los estudios arqueológicos.

Diferentes investigaciones han permitido dilucidar la interdependencia económica y defensiva que entre todos estos primeros moradores existía. Los pobladores de los asentamientos de la sierra: cuidaban del ganado, hacían productos lácteos, cazaban y defendían el valle y la llanura. Por otro lado, los pobladores de los asentamientos ubicados en la llanura junto a la masa de agua del Azuer: cultivaban la tierra, intercambiaban semillas, cocían obras de barro y tejían. Tras los íberos, fueron los griegos, los romanos, los visigodos y más tarde los musulmanes los que continuaron viendo en estas tierras pertenecientes al ager de Laminium, actual pueblo de Alhambra, lugares idóneos en los que vivir de la tierra, la caza y el ganado.

Entre los siglos XI y XII, los campos manchegos fueron espectadores de batallas continuas entre cristianos, que querían reconquistar la Península Ibérica, y musulmanes que se negaban a abandonar las tierras que unos siglos antes habían conquistado desde el norte de África. La gran batalla de las Navas de Tolosa, en 1212, fue clave en ese proceso de Reconquista. Los reyes cristianos y las órdenes militares, entre las que se encontraba la Orden de Santiago, libraron esa gran batalla contra los musulmanes en la que fueron vencedores los seguidores de Cristo. Al parecer, las tropas cristianas se encomendaron a la Santa Cruz de Jerusalén descubierta por Santa Elena en el siglo IV, siendo esta la que, milagrosamente, les otorgó el triunfo en la batalla.

Después de esa batalla, la Orden de Santiago comenzó a ser la encargada de explotar y repoblar las tierras en la comarca conocida como el Campo de Montiel. En un primer lugar, se levantó la encomienda de Alhambra, de la que más tarde se separaron la encomienda de la Membrilla del Tocón, la de La Solana o la de Carrizosa. Entre los terrenos que se le ceden a la encomienda de Membrilla, se encontraba un valle en el que, probablemente, por ser en aquella época un lugar de paso para caminantes, la Orden de Santiago levantó, a finales del siglo XIII o principios del siglo XIV, una ermita dedicada a Santa Elena, la Santa descubridora de la Cruz de Cristo que años antes había ayudado a replegar a los musulmanes hacia el sur peninsular. Junto a la ermita, había una venta en la que numerosas personalidades de los siglos siguientes pudieron albergarse de camino a Castilla o a Andalucía.

En las Relaciones Topográficas mandadas a realizar por Felipe II, se puede leer la respuesta de la villa de La Solana acerca del voto que tenía que cumplir el pueblo solanero en el Valle de Santa Elena y que se cita textualmente: “Hay otro voto de guardar el día de la Cruz a tres de mayo va en procesión el pueblo a una ermita de Santa Elena, dos leguas de la dicha villa, dicen que se votó porque Dios librase al pueblo de una pestilencia en tiempo que la había”. La romería se realizaba junto a los frondosos árboles y los arroyos del valle, y consistía en pasar un día de jolgorio en los alrededores de la ermita. Tras una misa de campaña, se realizaba una procesión con la primitiva imagen de Santa Elena que, al parecer, era muy pesaba y hacían falta muchas manos para mover sus andas.

Los años pasaron y la “aparición” de un Cristo crucificado cambiaron el rumbo del conocido Valle de Santa Elena. Una noche de tormenta, un peregrino anónimo dejó pintado en una pared de la venta una imagen de Cristo sufriente en la cruz. Aunque en un primer momento la imagen quedó oculta tras el yeso, años más tarde la pintura fue descubierta de nue¬vo en 1640 y comenzó a recibir fieles devotos de todos partes. El Valle de Santa Elena pasó a ser uno de los lugares de culto más frecuentados del centro peninsular.

La pintura del Cristo, conocida como el “Santo Cristo del Valle”, concedió dos primeros milagros, los cuales le dieron una gran fama durante la primera mitad del siglo XVII. Uno de ellos lo recibió el alcazareño Agustín Romero y el otro el valdepeñero Miguel de Castellanos. La fama del Cristo hizo que las romerías pasaran a realizarse en torno al 14 de septiembre. El pueblo de La Solana fue olvidando la romería del 3 de mayo para comenzar a visitar al Cristo durante el mes de la vendimia que anuncia los últimos lances del verano.

Fueron muchos los devotos solaneros que llegaron con innumerables donativos hasta el Cristo, también los hubo que dejaron ofrendas de lana, cera, azafrán o aceite. Con los cuantiosos bienes que recibió el Cristo se realizaron dos santuarios. El primero entre 1675 y 1700 y más tarde, sobre los cimientos del anterior y entre 1713 y 1729, se dio origen al actual santuario de cruz griega y torres octogonales que se puede contemplar en la actualidad y que, desde el valle, saluda a la esplendorosa torre de la iglesia de Santa Catalina.

El siglo XVIII estuvo marcado por la construcción del santuario y la plaza del Cristo del Valle, así como por la emancipación del lugar con respecto a la villa de Membrilla. En la segunda mitad de dicho siglo, los pobladores del Cristo comenzaron a quejarse ante la falta de servicios que tenían donde residían. La falta de asistencia religiosa y los pocos reales de vellón destinados desde Membrilla para que los pobladores del Cristo pudiesen vivir bien, puso en el terreno de juego al regidor de La Solana, don Gabriel García Prieto, el cual escuchó y auxilió a los vecinos del valle.

En 1781, el regidor solanero solicitó un proyecto de villa para el Cristo del Valle que entregó en la corte de Carlos III. Las autoridades de Membrilla se mostraron reticentes a las pretensiones de los habitantes del Cristo y del solanero Gabriel, por este motivo nombraron a Pedro García de Mora como defensor para que respondiese por ellos ante las numerosas cartas que García Prieto enviaba a los ministros ilustrados en defensa de los vecinos del Cristo.

Después de muchos años en los que las cartas entre Gabriel y las autoridades de Membrilla fueron continuas, el rey Carlos III redactó en 1787 una resolución en la que proponía que, aunque el Cristo no estaba preparado por el momento para ser una villa más del Reino, sí que veía conveniente elevar a parroquia el santuario, renombrar el lugar con el nombre de “San Carlos” y construir edificios que permitiesen, en un futuro, albergar el Ayuntamiento, la cárcel, el pósito pío y la escuela de una futura villa. Al final, los vecinos del Cristo realizaron todo lo ordenado por el Rey en poco más de una década, y consiguieron la emancipación con respecto a la villa de Membrilla el 15 de diciembre de 1800.

San Carlos del Valle comenzó a caminar como villa autónoma del Campo de Montiel, gracias, en parte, al esfuerzo que diferentes personalidades solaneras pusieron en el proceso. Desde ese momento las relaciones entre ambos pueblos han sido muy estrechas, no solo porque numerosos solaneros a lo largo del tiempo han vivido en San Carlos y viceversa, sino porque la interdependencia económica y social que emprendieron y de la se beneficiaron nuestros ancestros ha continuado en el tiempo y sigue latente en la actualidad. Se puede decir alto y claro que San Carlos del Valle tiene como madre a la villa de Membrilla y como hermana mayor a la villa de La Solana. Entre estas tres villas siempre existirán costumbres, usos, vocabulario, tradiciones, fiestas y similares maneras de vivir la vida y trabajar el campo, pues los habitantes de estas tres villas comparten desde hace muchas décadas la misma sangre.

José Vicente Rodríguez Bellón (Gaceta de La Solana Nº 304)

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