La Memoria en Plata (Carlos Chaparro)
"Autobús" que al parecer unía Infantes a Manzanares en el año 1905 aprox. quizás con el objetivo principal de conectar con el ferrocarril.
Esta fotografía pertenece al libro "𝗟𝗮 𝗺𝗲𝗺𝗼𝗿𝗶𝗮 𝗲𝗻 𝗽𝗹𝗮𝘁𝗮. 𝗨𝗻𝗮 𝗵𝗶𝘀𝘁𝗼𝗿𝗶𝗮 𝘀𝗼𝗰𝗶𝗮𝗹 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗳𝗼𝘁𝗼𝗴𝗿𝗮𝗳𝗶́𝗮 𝗲𝗻 𝗲𝗹 𝗖𝗮𝗺𝗽𝗼 𝗱𝗲 𝗠𝗼𝗻𝘁𝗶𝗲𝗹. 𝟭𝟴𝟲𝟯-𝟭𝟵𝟰𝟬” de Carlos Chaparro.
Posiblemente la fotografía sea obra de Pedro Moreno, cuyo estudio se ubicaba en la Calle Empedrada de Villanueva de los Infantes y está realizada en el patio de la bodega de los Marín, en la Plaza de Santo Domingo.
Plaza del Doctor Arberdi
Vva. de los Infantes (Ciudad Real)
Tlf. 699 72 10 27
(Carlos Chaparro)
Festividad de Santa Cecilia, patrona de la música. Banda de música de Vicente González Quílez, conocido como el “maestro capilla” ( hijo y padre de los organistas de la parroquia de San Andrés) de Villanueva de los Infantes.
La instantánea fue tomada en torno a 1908 en el patio de la casa heredad del conde de Adanero en la calle Empedrada y esquina Cruces y Vicario donde Pedro Moreno Ordóñez tenía ubicado su estudio de retratos y por donde pasaron tantos y tantos infanteños de finales del siglo XIX para posar ante el objetivo del maestro Perico o su padre. Es posible que esta fotografía fuera tomada con motivo de su formación y presentación a la sociedad infanteña.
Por aquellos años existía en Infantes otra banda de música: la de Pedro Miguel de la Hoz y González -anterior a esta del “maestro capilla” y con la llegó a rivalizar- y que fue subvencionada por el Ayuntamiento en algún periodo haciendo de este modo las funciones de banda de música municipal. Como tal se estrenó en los conciertos que se celebraron en nuestro pueblo en mayo de 1906 con motivo de la boda de Alfonso XIII.
(Carlos Chaparro)
La subasta o puja de objetos donados a la Virgen de la Antigua era, junto al ofrecimiento y las limosnas obtenidas por los “pedidores”, una importante fuente de ingresos para el mantenimiento del culto a la imagen y su santuario.
Estos recursos se custodiaban en la denominada “arca de las tres llaves” que como su nombre indica sólo podía ser abierta o cerrada en presencia de tres personas con sus llaves correspondientes: la del cura párroco, el capellán de la cofradía (que era el administrador) y el mayordomo mayor (presidente).
El arca contenía además de los caudales, la documentación, reglamentos, medallas, estampas…y se conservaba en la casa del vicario en la calle de las Cruces.
Las primeras pujas que se celebraron de manera continuada comienzan en el año 1873 y hasta la actualidad. Como ahora, se celebraban en la plaza Mayor y en aquellos años acudía la banda de música a amenizar la rifa.
Detrás de cada objeto donado, y como si tiráramos de un hilo, podemos rescatar a muchas personas anónimas, pero ejemplo de la sociedad infanteña devota de su Virgen que donaba lo que podía en la medida de sus posibilidades.
En la puja de 1883 encontramos, por ejemplo, la subasta de una cuna de estambre, que bien pudo estar hecha por un pastor; una cazuela de barro de Infantes, obra de algún barrero local; un par de botines de niño, del taller de un zapatero de obra prima; una sandía, de la huerta de cualquier hortelano; un gallo de trapo y un acerico, de las manos alguna modista; una cabra y una cordera, de algún pequeño ganadero, o hatajero como se les conocía, o de la cabaña de alguna casa “grande” que fueran llevadas a la plaza por el mayoral; un portamonedas, realizado por cualquier guarnicionero; dos botellas de licor, de algún comerciante…Y un sinfín de objetos entre los que no podía faltar la media fanega de candeal que como mi abuelo materno, Esteban Contreras, mayoral de las mulas de los Maranchoneros, nunca dejó de llevar mientras vivió a la subasta procedente de su pegujal.
En la fotografía, la presidencia de una puja hacia 1955 en la que podemos reconocer a don Pedro Castellanos, don Ramón Gómez Rico, párroco, y otros que desconozco.
Plaza Mayor, Nº 12
Vva. de los Infantes (C.Real)
Tlf. 926 36 02 14 / 606 44 90 14
(Carlos Chaparro)
Me considero un privilegiado cuando cada mañana cuando me siento en mi mesa escritorio para seguir el curso de mis lecturas, investigaciones y temas del Ayuntamiento puedo admirar casi con detalle una vista de Villanueva de los Infantes realizada en 1923.
Desde hace ya algunos años disfruto de esta vista; una reproducción sobre un bastidor que a gran escala me permite admirar cómo era nuestro pueblo hace 100 años. Con los detalles en mi cabeza, cuando paseo por Infantes, soy capaz de reconocer muchos tejados, tapias, ventanas y hasta incluso chimeneas, que aún se conservan. No es complicado: sólo hay que observar mucho esta imagen, como yo lo hago todos los días, y conocer todavía con más detalle las calles de Infantes.
Pero muchos otros elementos del paisaje urbano se han perdido o modificado. Seguro que en su día para los que nos precedieron fueron hitos dentro de las calles de la ciudad: la portada del viejo convento de San Francisco, la espadaña de la iglesia de las Monjas, el campanil de la iglesia del Remedio, la chimenea de la alcoholera de don Sergio de Lis, o el lucernario de la casa de los Rebuelta en la calle Mayor. Todos han desaparecido.
Y lo que también ha desaparecido es esa singular vista de nuestro pueblo desde las eras de San Miguel. Nadie se ocupó en su día de preservar este espacio y su significado visual. El crecimiento de las edificaciones hacia este lado de la ciudad se ha llevado por delante el valor paisajístico de este enclave tantas veces fotografiado y hasta dibujado en el siglo XVII.
Y me viene de nuevo a la memoria otra imagen, otro miradero de interés, que también se ha perdido. El de la Glorieta. Un espacio hoy poco frecuentado, pero que en su día fue un lugar de solaz y recreo muy querido. Aún, debajo del muro que cerca el espacio hacia la ronda desde la carretera, se pueden observar los restos del gran poyete de piedra moliz que servía de asiento a los vecinos y desde el cual nuestros abuelos miraban hacia el infinito del Campo de Montiel.
Y en la actualidad, 100 años después de esta imagen, cuando se observa que la gestión de nuestro patrimonio histórico parece avanzar sin rumbo ni destino, hablar del paisaje de nuestras calles y su entorno puede parecer casi un capricho insufrible.
(Carlos Chaparro)
La madrugada del 12 de julio de 1931 el cabo de los serenos municipales que hacía guardia en su puesto del cuartelillo de la plaza Mayor, conocido como Angelillo, era llamado para que acudiera urgentemente a un bar cercano en la calle Mayor (actual Globlalcaja) donde según parecía se estaba desarrollando una verdadera batalla campal.
No era la primera ver que al citado bar (regentado por un Fernando Medina Torrijos y donde se vendían bocadillos y se jugaba al billar) tenían que acudir los serenos para resolver riñas y encuentros cruzados frutos del elevado consumo de alcohol de sus clientes.
Al llegar al lugar de los hechos el cabo de los serenos encontró una riña de navajas entre un lebrillero andaluz (uno de los tantos que acudían al pueblo a vender por las calles lebrillos y a repararlos con lañas) y un vecino, apodado Veneno hijo de un tal Graciano, envalentonado por causa desconocida.
A resultas de una grave discusión, el lebrillero apuñaló de gravedad en el hígado a Veneno y la lucha se extendió en la calle a más personas.
En total, cuatro heridos y abundantes navajazos. El sereno entre la batalla fue también acometido con las navajas sin que pudiera poner orden a la discusión. Acosado por el peligro, se retiró por la calle Mayor a buscar ayuda al cuartelillo, sin caer en la cuenta de que, según parece, era perseguido por Veneno con la navaja en la mano. El sereno, posiblemente, en defensa propia, hizo uso de su arma reglamentaria y disparó de muerte a su persecutor que caía cadáver en la plaza.
A la mañana siguiente el alcalde, Sergio de Lis, ordenaba la clausura del bar que regentaba Medina, según expresaba, por no tener licencia, ser foco de discusiones y lugar para la embriaguez.
El sereno, Angelillo, según cuentan, desde aquel suceso no avanzaba más allá de las esquinas de su casa en la calle Empedrada esquina Monjas y Honda por miedo a las represalias del padre del que había matado.
El lebrillero, que sobrevivió, aunque herido de gravedad, dio nombre a este suceso que aún se conserva en la memoria de los más ancianos del pueblo.
En la imagen, la plaza Mayor en 1931 y la nota de prensa que circuló por las redacciones de los periódicos de aquel año sobre el suceso.
(Carlos Chaparro)
La Iglesia católica emprendió a finales del siglo XIX, ante el temor de la secularización en alza (libertad de cultos, matrimonio civil, libertad de prensa, libertad de asociación, expresión…), un proceso de reconquista del espacio público perdido en el que la enseñanza, las labores caritativas y las fundaciones religiosas representaban un papel protagonista.
En Infantes este movimiento tuvo sus mejores expresiones en la fundación por doña Josefa Melgarejo del asilo de las Hijas de la Caridad en 1886 en la calle Empedrada y en la fundación por doña Carmen González y don José Francisco de Bustos del hospital de Santo Tomás en 1902 en la calle Ancha.
El presbítero infanteño don Pedro Aparicio Vargas, hombre culto y atento a su época, ejerció de correa de transmisión en este proceso de recatolización masiva de la población y fundó en la iglesia de la Trinidad el culto a la Virgen de los Ángeles a finales del siglo XIX, en torno a 1894.
La función se celebra cada 2 de agosto y consistía en misa, sermón, exposición del Santísimo y después procesión. Para mayor lucimiento de la fiesta, el presbítero Aparicio dotó a la imagen de todo lo necesario para su culto: ropas, un alfiler de brillantes y plata, unos pendientes de plata, una corona de metal blanco, una media luna de plata, varias bombas de luz, flores, candelabros, un frontal y un atril para su uso en las festividades, además de los objetos litúrgicos necesarios para la misa.
La procesión, como se puede observar en la fotografía del retratista Eduardo Gallardo y tomada hacia 1898, discurría por la calle Empedrada en dirección, posiblemente, a Santo Domingo y la calle Mayor que era, por otra parte, el recorrido que desde antiguo realizaba la tradicional procesión del Corpus. A ella acudían las distintas hermandades con sus insignias, además de numerosas niñas vestidas de primera comunión y la banda municipal de música que en aquellos años de principios del siglo XX dirigía don José Antonio de la Hoz y don Vicente González, organista de la parroquia.
Durante su vida fue él mismo presbítero quien se encargó del mantenimiento del culto y de la procesión, pero tras su muerte en 1911 su organización pasó directamente al párroco de San Andrés y a sus herederos. Para los gastos de la función dejó en su testamento gravadas con un censo perpetuo de 75 pesetas las casas que dejaba a sus herederos.
La procesión se siguió celebrando al menos, hasta 1924. En agosto de 1936 la imagen fue destruida y por fin el 2 de agosto de 1954 era restituida por sus descendientes que cumplían de este modo con la última voluntad de don Pedro Aparicio de mantener un culto perpetuo. En la actualidad, la imagen se puede observar sobre un altar de pared de la antigua capilla de la Virgen de Gracia de la Trinidad.
Paseo de las Cooperativas, 2
Villanueva de los Infantes (Ciudad Real)
Tlf. 926 361 824 - 685 696 740